viernes, 25 de abril de 2008

Me dormí.
Nunca había entrado a un cine porno, exclusivamente gay. Supongo que ser mujer es un buen impedimento.
Por un rato deje de serlo.
Pantalón, camisa, corbata.
Estaba claro que era una mujer disfrazada de varón, pero la oscuridad me ayudó en el capricho.
No pasaba nada, mas allá de mi fascinación por esa sala enmarañada. Por esa pantalla sepia que recibía una película porno desfazada.
Los tipos paseaban de un lado para el otro. Ese frenético histériqueo del puto que busca coger o que lo cojan. Pasear, mirar, ser mirado, rozar.
Solo dos filas de butacas en una sala y exactamente la misma disposición en una sala gemela.
Un poco mas allá, al costado, un cuarto completamente oscuro. Los tipos van ahí y se bancan lo que sea, o no.
Caminé, dí vueltas, miré. Alguna vez alguno me tocó.
En un rincón, dos peladitos se calentaban. Uno parado, el otro sentado. Se besaban.
Me quedé inmóvil mirandolos.
Uno le levantaba la remera al otro. Lo olia, lo chupaba. Yo volaba.
10, 15 minutos, no lo sé. Pero el imán en un momento se repele, la pantalla funde a negro y ellos se separan. Siguen su búsqueda de fast pleasure por ahí, con otros cuerpos.
Sigo al pelado mas grande. Se sienta mirando, adivinando realmente, la película.
Comienza a tocarse.
Él no me nota. Soy un pibito màs, uno del montón que se calienta viendo como está por acabar.
Abro los ojos, el pelado ya se fue. Baby está parado delante de mí.
-Te dormiste. ¿Vamos?-