martes, 28 de octubre de 2008

Acostumbrado, pensó que fingía. Confundió mis súplicas con otra cosa.
Yo le había dicho que la vela no, que la cera deja marcas. No le importó.

Tardé algunos segundos en sentirla.
Empezó por mis piernas.
El impacto me adormeció la piel y luego lentamente me fué quemando.

Un rato antes me había atado las manos y las piernas. Me había dicho que me iba a gustar, que sabia lo que hacia. Que él estaba ahí para mí.
No necesitaba otra cosa.

La cera corrió perezosa por mi pierna y el placer intervino al dolor.

Él sonrió.